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Oficina de Cultura y Difusión Islámica • Argentina
Sahîh Al-Bujârî
clio dijo a su intérprete que diga a mis compañe-
ros que él deseaba interrogarme acerca de aquel
hombre (el Profeta) y que si mentía ellos debían
corregirme. ¡Por Dios! Si no fuese el temor a que
mis compañeros me tachen de mentiroso, hubie-
se mentido acerca de Muhammad (B y P). La pri-
mera pregunta que me hizo sobre él fue: ‘¿Cómo
consideráis su origen?’ Yo respondí: ‘Es de bue-
na familia’. Luego me preguntó: ‘¿Alguien ha re-
clamado algo así antes (La Profecía)?’ Respondí:
‘No’. Heraclio preguntó: ‘¿Le siguen los nobles o
los humildes?. Le respondí: ‘Le siguen los humil-
des’. Dijo: ‘¿Y estos aumentan o disminuyen?’ Res-
pondí: ‘Aumentan’ Luego preguntó: ‘¿Alguno de
sus seguidores le ha abandonado y ha renunciado
a su religión por descontento de la misma?’ Res-
pondí: ‘No’. Dijo: ‘¿Lo habéis acusado de mentir
antes de su reclamo (de la profecía)?’ Respondí:
‘No’ Dijo: ‘Ha traicionado alguna vez su palabra?’
Respondí ‘No. Hicimos una tregua con él pero
no se qué hará en ese tiempo’. No encontré opor-
tunidad de decir algo en contra de Muhammad
(B y P) excepto eso. Heraclio preguntó: ‘¿Le ha-
béis combatido?’ Dije: ‘Si’. Dijo: ‘¿Y cómo habéis
salido del combate?’ Dije: ‘Ha sido una guerra pa-
reja; a veces triunfa él y a veces vosotros’. Dijo: ‘¿Y
qué os prescribe?’ Respondí: ‘Dice: Adorad sólo a
Dios; no le atribuyáis copartícipes y dejad de ado-
rar lo que adoraban vuestros padres. Y nos reco-
mienda la oración, la sinceridad, la castidad y el
buen trato a los parientes’. Entonces dijo al intér-
prete: ‘Dile: Te pregunté por su origen y me dijis-
te que era noble entre vosotros. Así también, los
Enviados  surgen entre los nobles de su pueblo.
Te pregunté si alguien había reclamado lo mismo
que él antes y me dijiste que no. Si hubieras res-
pondido que sí habría pensado que no hace más
que seguir el reclamo de alguien más. Te pregun-
té si hubo entre sus ancestros algún rey y dijiste
que no. Si hubieses dicho que sí habría pensado
que es un hombre buscando recuperar el reino de
sus ancestros. Te pregunté si lo habíais acusado
de mentir antes de reclamar la profecía y dijiste
que no; así es que no pregunto cómo un hombre
que no miente sobre otros hombres mentiría so-
bre Dios.
Luego te pregunté si le siguen los ricos o los
pobres; me dijiste que eran los pobres y, de he-
cho, éstos son los que siempre siguen a los En-
(1) Los Mensajeros y Profetas (B y P) enviados por
Dios a la humanidad.
viados. Luego te pregunté si sus seguidores van
en aumento; me dijiste que sí. Así sucede con la
verdadera fe hasta que se completa. Te pregunté
si alguno de sus seguidores reniega descontento
de su religión y dijiste que no. Pues así es con la
fe cuando sus deleites invaden los corazones. Te
pregunté si es que traiciona y me dijiste que no,
pues tampoco los Enviados traicionan. Luego te
pregunté qué os prescribe y me dijiste que os or-
dena que adoréis sólo a Dios y que no le atribu-
yáis copartícipes, que os prohibe adorar ídolos y
que os ordena practicar la oración, la sinceridad y
la castidad. Si es verdad lo que dices pues pronto
ocupará este lugar. Sabía que vendría, pero nun-
ca pensé que surgiría entre vosotros. Si estuviese
seguro de tener que encontrarlo me apresuraría a
hacerlo y si lo encontrase lavaría sus pies’. Luego
pidió la carta del Mensajero de Dios (B y P), que
Dihya  había entregado al Gobernador de Busra
y éste a su vez entregó al Emperador para que la
lea. Heraclio la leyó y contenía lo siguiente: «En el
nombre de Dios, Clemente y Misericordioso. De
Muhammad, hijo de ‘Abdullah y Enviado de Dios;
a Heraclio, Gobernante de los bizantinos: La Paz
sea con que sigue la guía. Dicho esto: Te invito
al mensaje del Islam. Si te haces musulmán serás
salvo y Dios te duplicará la recompensa. Y si re-
chazas la invitación al Islam, cargarás con el pe-
cado de tus súbditos.
Di: ‘¡Gente de la Escritura!
Convengamos en una fórmula aceptable a no-
sotros y a vosotros, según la cual no serviremos
sino a Dios, no le asociaremos nada y no toma-
remos a nadie de entre nosotros como Señor fue-
ra de Dios’. Y, si vuelven la espalda, decid: ‘¡Sed
testigos de nuestra sumisión!’
(3:64)»’.
Abû Sufyân añadió luego: ‘Cuando terminó de
leer la carta hubo gran tumulto y voces en la corte
y se nos ordenó retirarnos. Luego dije a mis com-
pañeros: ‘El asunto del hijo de Abi Kabsha , se
ha hecho prominente. Hasta el Emperador de los
bizantinos le teme’. De allí en adelante supe que
triunfaría hasta que Dios introdujo el Islam en mi
corazón.
Ibn Al-Natûr era gobernador de Jerusalén y
Heraclio era el Gobernante de los cristianos de
Shâm. Ibn Al-Natûr relató que, en cierta oca-
sión, cuando Heraclio visitaba Jerusalén, amane-
(2) Enviado del Mensajero de Dios (B y P) al Empera-
dor de los bizantinos.
(3) Ibn Abi Kabsha: Apodo despectivo que Abû Su-
fyân usaba para referirse al Profeta (B y P).