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Oficina de Cultura y Difusión Islámica • Argentina
Sahîh Al-Bujârî
que acordé contigo. Más vale que te limites a eso
o, si no lo deseas, me liberas de mi compromiso,
pues no quiero que los árabes escuchen que mi
gente no cumplió un compromiso de protección
que yo ofrecí a un hombre’. Abû Bakr le dijo: ‘Te
libero de tu compromiso de protección y me con-
formo con la protección de Dios’. En esos días el
Profeta (B y P) aún estaba en Makka. Un día dijo
el Profeta (B y P) a los musulmanes: «Se me mos-
tró el destino de vuestra emigración: Es un lugar
con palmeras y situado entre dos elevaciones de
roca volcánica» –que son las dos ‘hârra’ de Medi-
na. Y la gente emigró a Medina; y la mayoría de
los que estaban en Abisinia volvió (para ir) a Me-
dina. Abû Bakr se preparó para ir a Medina; pero
el Mensajero de Dios (B y P) le dijo: «Espera un
poco, pues yo espero que se me dé autorización».
Abû Bakr le dijo: ‘¿Realmente esperas eso? ¡Que
mi padre y mi madre sean tu rescate!’ El Profe-
ta (B y P) le respondió: «Sí». Así pues, Abû Bakr
esperó al Mensajero de Dios (B y P) para acom-
pañarlo. Durante cuatro meses alimentó a dos ca-
mellas que tenía con las hojas del Samur, que caen
al golpearlo con un palo’.
‘Âisha añadió: ‘Un día, que estábamos senta-
dos todos en la casa de Abû Bakr al mediodía,
alguien le dijo a Abû Bakr: ‘Aquí está el Mensaje-
ro de Dios (B y P) con la cabeza cubierta en una
hora en la que nunca antes nos visitó’. Abû Bakr
dijo: ‘¡Que mi padre y mi madre sean su rescate!
Lo que le ha traído a esta hora seguro es un asun-
to importante’. El Mensajero de Dios (B y P) lle-
gó y pidió que se le reciba y se le permitió entrar.
Entonces el Profeta (B y P) dijo a Abû Bakr: «Dí
a todos los presentes que salgan». Abû Bakr le
dijo: ‘¡Pero son (como) tu familia! ¡Que mi padre
y mi madre sean tu rescate Mensajero de Dios!’
El Profeta (B y P) dijo: «Pues se me ha ordenado
salir (hacia Medina)». Abû Bakr le dijo: ‘Pido ser
tu compañía Mensajero de Dios’, y el Mensajero
de Dios (B y P) le dijo: «Sí». Entonces Abû Bakr
le dijo: ‘Toma, pues, una de mis dos camellas’ y
el Mensajero de Dios (B y P) le dijo: «Pagando su
precio»’. ‘Âisha agregó: ‘Así es que las preparamos
rápidamente y les preparamos provisiones en una
bolsa de cuero; Asmâ’ cortó un retazo de su faja
y con él amarró la boca de la bolsa, por eso la
llaman «la de las dos fajas». Luego el Mensajero
de Dios (B y P) y Abû Bakr se refugiaron en una
cueva del monte Zawr y se quedaron allí tres no-
ches, en las cuales los acompañó ‘Abdullah bin
Abi Bakr, que era un muchacho muy despierto
e inteligente. Los dejaba al amanecer de manera
que en la mañana estaba con los qurayshíes como
si hubiese pasado la noche allí. Estaba atento a
todo complot que fraguaran y por la noche iba
a informarles. ‘Ámir bin Fuhayra, esclavo liberto
de Abû Bakr, solía pastorear hacia ellos las ove-
jas lecheras, para que descansen donde ellos esta-
ban por la noche y así podían disponer de leche
fresca por la noche y de la leche que calentaban
con piedras calientes. ‘Ámir bin Fuhayra se lleva-
ba, entonces, las ovejas antes de que amanezca;
así lo hizo cada una de las tres noches. El Men-
sajero de Dios (B y P) y Abû Bakr contrataron un
experto guía de Banu Al-Dayl, que era del clan
Banu ‘Abd bin ‘Adí y estaba en alianza con la fa-
milia de Al-‘As bin Wa‘il Al-Sahmi y estaba en
la religión de los incrédulos. El Profeta (B y P) y
Abû Bakr confiaron en él y le habían entregado
sus dos camellas para que las traiga de vuelta tres
noches después. Así pues; él volvió al amanecer
de la tercera noche y partieron acompañados de
‘Âmir bin Fuhayra y el guía, que los llevó por el
camino de la costa’.
Surâqa bin Mâlik bin Ÿu‘shum Al-Mudliÿi
dijo: ‘Nos llegaron mensajeros de los incrédulos
de Quraysh ofreciendo como recompensa por el
Mensajero de Dios (B y P) y por Abû Bakr una
cantidad igual a su indemnización (diyya, en caso
de muerte: 100 Camellos) para quien los captu-
re o los mate. Mientras yo estaba sentado en una
reunión con la gente de mi tribu, Banu Mudliÿ,
llegó un hombre de ellos y se quedó parado don-
de estabamos sentados. Dijo: ‘¡Surâqa! He visto
gente por la costa; creo que se trata de Muham-
mad y sus sahabas’. Yo supe que eran ellos y le dije:
‘No son ellos; tú has visto a Fulano y fulano que
partieron ante nuestros ojos’ y me quedé un tiem-
po más sentado. Luego me levanté y entré (a mi
casa); ordené a mi sierva que salga con mi caba-
llo hasta detrás de unas colinas y me lo tenga allí.
Tomé mi lanza y salí por la puerta trasera de la
casa arrastrando el cabo de la lanza y llevando la
punta a baja altura (para que no puedan seguirme
por su brillo y tenga que compartir la recompen-
sa). Luego llegué hasta mi caballo, lo monté y lo
hice galopar hasta llegar donde ellos estaban. Pero
mi caballo se desbocó y me hizo caer. Me levan-
té y saqué flechas de mi carcaj para ver el oráculo
con ellas (costumbre árabe de adivinación). ¿Los
heriría o no? Y me salió algo que me desagradó
(que no). Así que monté mi caballo y me lancé al
galope desobedeciendo a las flechas. Cuando me