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Oficina de Cultura y Difusión Islámica • Argentina
Sahîh Al-Bujârî
acerqué a ellos oí la recitación del Mensajero de
Dios (B y P) que recitaba sin mirarme mientras
Abû Bakr volcaba constantemente para mirarme.
De pronto; las patas delanteras de mi caballo se
doblaron hasta que sus rodillas cayeron a tierra y
yo volví a caer. Lo fustigué para que se levante y se
incorporó, pero casi no logra enderezar sus patas;
cuando finalmente las enderezó, sus patas habían
levantado una nube de polvo que se elevaba como
humo. Volví a consultar el oráculo de las flechas
y me salió lo que no deseaba, así que los llamé;
les garanticé que no los dañaría y ellos se detuvie-
ron. Cabalgué hasta alcanzarlos y sentí dentro de
mí que el Mensajero de Dios (B y P) y su religión
saldrían triunfantes. Le dije: ‘Tu gente ha puesto
una recompensa igual a tu diyya por tu captura’ y
le informé de lo que la gente les quería hacer. Les
ofrecí provisiones y pertrechos pero no las acep-
taron ni me pidieron nada, excepto que me dijo
(el Profeta (B y P)): «No digas a nadie que nos has
visto». Entonces le pedí que me escriba un docu-
mento de paz y él ordenó a ‘Âmir bin Fuhayra,
quien me lo escribió en un parche de cuero. Des-
pués partieron’.
(‘Urwa bin Al-Zubayr relató:) (El Profeta
(B y P)) encontró a Al-Zubayr en una caravana de
comerciantes musulmanes que volvían de Shâm.
Al-Zubayr proporcionó al Mensajero de Dios
(B y P) y a Abû Bakr ropas blancas para vestir.
Los musulmanes de Medina habían oído la no-
ticia de la partida del Mensajero de Dios (B y P)
de Makka; todas las mañanas iban a las monta-
ñas volcánicas (a esperar) hasta que los devolvía
el calor del mediodía. Un día, después de espe-
rar por mucho tiempo, cuando ya habían vuelto
a sus casas, un judío que había subido a una de
sus torres fortificadas, para ver algo, vio al Men-
sajero de Dios (B y P) y sus compañeros vistien-
do ropajes blancos y emergiendo entre los espe-
jismos. El judío no pudo evitar gritar a viva voz:
‘¡Oíd árabes! ¡Aquí está vuestro gran hombre
que esperáis!’ Los musulmanes tomaron sus ar-
mas y salieron con prisa; encontraron al Mensa-
jero de Dios (B y P) detrás de Al-Hârra (forma-
ciones volcánicas) y él se desvió con ellos hacia
la derecha y descendió con ellos en las casas de
los Banu ‘Amrû bin ‘Awf. Esto fue un día martes,
doceavo día del mes Rabí’ al Awwal. Abû Bakr se
quedó de pie para recibir a la gente (que venía) y
el Mensajero de Dios (B y P) se sentó en silencio.
La gente de los ansár –los que no habían visto al
Mensajero de Dios (B y P)– empezaron a saludar
a Abû Bakr; cuando el sol alcanzó al Mensajero
de Dios (B y P), Abû Bakr se le acercó para dar-
le sombra con su manto; solo entonces la gente
reconoció al Mensajero de Dios (B y P) por esa
acción. El Mensajero de Dios (B y P) se quedó un
poco más de diez noches entre los Banu ‘Amrû
bin ‘Awf. Construyó la mezquita que fue cimenta-
da en la fe. El Mensajero de Dios (B y P) rezó en
ella y luego montó su camella; la gente lo seguía
caminando hasta que la camella se sentó donde es
(hoy) la mezquita del Profeta (B y P) en Medina.
Algunos musulmanes acostumbraban rezar allí a
veces; era un espacio para secar dátiles que perte-
necía a Suhayl y Sahl, dos muchachos huérfanos
que estaban bajo la custodia de As‘ad bin Zurâra.
El Mensajero de Dios (B y P) dijo, cuando su ca-
mella se sentó: «Este será, si Dios quiere, nuestro
lugar de llegada» y luego llamó a los dos mucha-
chos para que acuerden un precio por el solar, que
sería de ahí en adelante una mezquita. Ellos dije-
ron: ‘Mas bien te lo regalamos Mensajero de Dios’.
El Mensajero de Dios (B y P) se negó a recibirlo
como regalo hasta que finalmente se los compró.
Después construyó allí la mezquita. El Mensajero
de Dios (B y P) cargaba con ellos los adobes para
la construcción y decía, mientas cargaba los ado-
bes: «Esta carga es mejor que las cargas de (¿dá-
tiles?) de Jaybar, pues es más piadosa para Dios,
más pura y mejor recompensada». También de-
cía: «¡Oh Dios! La recompensa verdadera es la de
la otra vida; ten misericordia, pues, con los ansâr
y los muhâÿirûn».
1594.
Asmâ’ relató que ella tuvo a ‘Abdull-
ah bin Al-Zubayr; dijo: ‘Salí (de Makka ya em-
barazada); cuando llegué a Medina me quedé en
Qubá’ (y dí a luz allí). Luego fui con el (bebé) ante
el Profeta (B y P) y lo puse en su regazo. El Profe-
ta (B y P) pidió un dátil y lo masticó; luego puso
algo de su jugo en boca del pequeño. Y la primera
cosa que entró en su boca fue la saliva del Mensa-
jero de Dios (B y P). Luego el Mensajero de Dios
(B y P) frotó el paladar del bebé con un dátil, rogó
por él e invocó la bendición de Dios sobre él. Fue
el primer niño que nació en el (país del) Islam
(Medina)’.
1595.
Abû Bakr dijo: ‘Estuve con el Profe-
ta (B y P) en la cueva; cuando levanté mi cabeza
vi que estaba a los pies de la gente (que los per-
seguía). Dije: ‘¡Mensajero de Dios! Si alguno de
ellos llega a bajar su vista nos verá’. El Mensajero
de Dios (B y P) me dijo: «Cállate Abû Bakr; so-
mos dos cuyo tercero es Dios»’.