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Oficina de Cultura y Difusión Islámica • Argentina
Sahîh Al-Bujârî
tó hasta Jerusalén (Al-Bayt ul-Maqdis). Y el árbol
maldecido en el Corán es el Zaqqûm’.
XLIII
El matrimonio del Profeta
(B y P) con ‘Âisha; su llegada a
Medina y la consumación del
matrimonio
1591.
‘Âisha dijo: ‘El Profeta (B y P) se casó
conmigo cuando yo tenía seis años. Después lle-
gamos a Medina y llegamos al lugar de Banu Al-
Hâriz bin Al-Jazraÿ. Entonces me enfermé y se
cayó mi cabello; después me creció nuevamente.
Mi madre vino a mí con Umm Rúmán cuando
yo jugaba en un columpio con unas amigas mías;
me llamó y vine a ella sin saber qué quería. Me
tomó por la mano y me llevó hasta que se detuvo
en la puerta de la casa. Yo estaba casi sin aliento y
después se normalizó mi respiración; luego tomó
un poco de agua y me lavó la cara y la cabeza.
Luego me hizo entrar en la casa; allí vi a mujeres
de los ansâr que dijeron: ‘¡Los mejores deseos y
la bendición de Dios! ¡Buena suerte!’ Mi madre
me entregó a ellas y ellas me arreglaron. Inespe-
radamente el Mensajero de Dios (B y P) apareció
antes del mediodía y mi madre me entregó a él
(para consumar el matrimonio). En ese momento
yo tenía nueve años’.
1592.
‘Âisha relató que el Profeta (B y P) le
dijo: «Te mostraron a mí dos veces en sueños. Vi
que eras una figura en una pieza de seda y alguien
me dijo: ‘Esta es tu esposa’. Cuando descubrí la fi-
gura vi que eras tú. Dije: ‘Si esto es de Dios, que
se cumpla’».
XLIV
La migración del Profeta (B y P)
y sus sahabas a Medina
1593.
‘Âisha, esposa del Profeta (B y P), rela-
tó: ‘No recuerdo a mis padres sino creyendo en
la religión (verdadera) y nunca pasó un día sin
que el Mensajero de Dios (B y P) nos haya visi-
tado en ambos extremos del día, en la mañana y
en la noche. Cuando los musulmanes empeza-
ron a ser probados (en su fe al ser perseguidos)
Abû Bakr abandonó Makka para emigrar a Abi-
sinia. Cuando llegó a Bark al Gimâd  se encon-
(1) Un lugar a 140 Kms. de Makka, hacia el sur, cami-
no al Yemen.
tró con Ibn Al-Dagina, señor de la tribu de Al-
Qára, quien le dijo: ‘¿Dónde te diriges Abû Bakr?’
Abû Bakr respondió: ‘Mi gente me ha expulsado
por eso quiero deambular por la tierra y adorar a
mi Señor’. Ibn Al-Dagina dijo: ‘En verdad que la
gente como tú no debe salir ni ser expulsada. Tú
ayudas al menesteroso, mantienes las relaciones
familiares, ayudas a los débiles y a los pobres, das
hospitalidad a los huéspedes y asistes a los azota-
dos por las calamidades. Por eso, yo seré tu pro-
tector; vuelve y adora a tu Señor en tu tierra’. Abû
Bakr volvió acompañado por Ibn Al-Dagina. Ibn
Al-Dagina visitó por la noche a los nobles de Qu-
raysh y les dijo: ‘Las personas como Abû Bakr no
deben salir ni ser expulsadas. ¿Expulsaréis a un
hombre que ayuda al menesteroso, mantiene las
relaciones familiares, ayuda a los débiles y a los
pobres, da hospitalidad a los huéspedes y asis-
te a los azotados por las calamidades?’ La gente
de Quraysh no pudo negarse a la protección de
Ibn Al-Dagina y le dijeron: ‘Ordena a Abû Bakr
que adore a su Señor en su casa; que rece en ella y
que recite lo que quiera. Que no nos moleste con
ello y que no lo haga públicamente, pues teme-
mos que seduzca a nuestras mujeres e hijos (con
el Islam)’. Ibn Al-Dagina dijo eso a Abû Bakr y
él quedo así adorando a su Señor en su casa. No
hacía sus oraciones en público ni recitaba fuera
de su casa. Luego Abû Bakr tuvo una idea y se
construyó una mezquita en el patio delante de
su casa. En ella rezaba y recitaba el Corán, por
lo cual se juntaban a su alrededor las mujeres de
los politeístas y su hijos, extrañados de sus accio-
nes y mirándolo continuamente. Abû Bakr era un
hombre propenso al llanto; no podía contener las
lágrimas al recitar el Corán. Eso alarmó a los no-
bles de Quraysh de entre los idólatras; así que en-
viaron llamar a Ibn Al-Dagina y este acudió a su
llamado. Le dijeron: ‘Nosotros aceptamos tu pro-
tección sobre Abû Bakr con la condición de que
adore a su Señor en su casa; pero él ha violado esa
condición. Se ha construido una mezquita en el
patio delante de su casa y allí reza y recita el Co-
rán públicamente. Nosotros realmente tememos
que seduzca a nuestras mujeres e hijos. Prohíbele,
pues, que lo haga. Si quiere limitarse a adorar a su
Señor dentro de su casa que lo haga; si no desea
más que hacerlo en público dile que te libere de tu
compromiso, pues nosotros detestamos romper
el acuerdo contigo y tampoco aceptamos que Abû
Bakr actúe así en público». ‘Âisha agregó: ‘Ibn Al-
Dagina fue ante Abû Bakr y le dijo: ‘Sabes bien lo