Capítulo -2
19
Habían pasado ya cuarenta de los cincuenta días, cuando aún no había descendido
la revelación sobre el asunto.
Después vino un hombre y dijo:
' ¡El Mensajero de Allah, Él le bendiga y le dé paz, te ordena que te apartes de tu
mujer!'
Le pregunté: '¿La divorcio o qué hago?'
Dijo: '¡No, sólo que no tengas relaciones conyugales con ella! '
Envió a decir lo mismo a mis dos compañeros y yo le dije a mi mujer:
'¡Ve con tu familia y estás con ella hasta que Allah dictamine en este asunto!'
Acudió la mujer de Hilal Ibn Umeya al Mensajero de Allah, Él le bendiga y le dé
paz, y le dijo:
'¡Oh Mensajero de Allah, verdaderamente, Hilal Ibn Umeya es un pobre viejo que
no tiene criado! ¿Desaprobarías que le sirviera y le atendiera?'
Dijo: '¡No, pero que no cohabite contigo!'
Dijo ella: '¡Por Allah, que no tiene ganas ni de moverse! ¡Y por Allah, que no ha
dejado de llorar desde el comienzo de su asunto hasta hoy! '
Alguien de mi familia me aconsejó:
'¿Si pidieras permiso al Mensajero de Allah, Él le bendiga y le dé paz, para tu
mujer? Ya que ha dado permiso a la mujer de Hilal Ibn Umeya para que le sirva y le
cuide.'
Dije: 'No le pediré permiso para eso al Mensajero de Allah, Él le bendiga y le dé
paz, porque no estoy seguro de lo que diría, siendo yo un hombre joven.'
Así que permanecí de este modo otras diez noches más, hasta que completamos las
cincuenta noches que se prohibió que nos hablaran.
Después hice la oración del alba, la mañana inmediata al cumplimiento de las
cincuenta noches, encima de una de nuestras casas.
Y mientras estaba sentado en el estado que Allah, el Altísimo, describió de
nosotros, con mi corazón encogido y la Tierra que, en toda su vastedad, se me había
estrechado, oí la voz de un sahaba que gritaba desde lo alto de un cerro y que decía con
todas sus fuerzas:
' ¡¡Oh Kaab Ibn Málik, alégrate!! '
En ese momento caí al suelo postrado (en señal de agradecimiento) y supe que
había llegado la apertura.
A continuación, anunció el Mensajero de Allah, Él le bendiga y le dé paz, a la
gente que Allah, Poderoso y Majestuoso, había aceptado nuestro arrepentimiento,
después de rezar la oración del alba.
Luego, empezó la gente a darnos la buena nueva y fueron a mis dos compañeros.
Galopó hacia mí un hombre a caballo mientras que otro de la tribu de Aclama subió a lo
alto del cerro. La voz fue más rápida que el caballo y cuando llegó a
el hombre que oí
dándome la buena nueva con su potente voz, le regalé mis prendas de vestir y se las puse
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